viernes, 21 de junio de 2013

2. DOS CINES Y UN CAFÉ

La rutina cambió una vez que terminé el curso del instituto. Me dieron mis grupos. No es lo mismo darle clases a adolescentes que a adultos. Se supone que los adultos quieren las clases de inglés porque necesitan el idioma. Se supone que una da clases a adolescentes para que cuando sean adultos ya tengan ciertos hábitos de disciplina. Pero con sorpresa descubrí que no era así. Los adultos eran impuntuales y sus pretextos eran muy buenos: venían de una junta, habían tenido un desayuno con un cliente, el tránsito estaba pesado, etc. ¿Qué decía yo contra eso? Yo solo venía de mi casa y el metro no ofrecía problemas de tránsito. En fin, me tuve que acostumbrar porque salía a la hora que por lo general empezaba mis clases en escuela y el resto del día leía, escribía, iba al mercado, cocinaba y llevaba una vida tranquila. Eran tan pocos alumnos que no me llevaba más de veinte minutos revisar tareas y hasta exámenes. Me la pasaba mucho tiempo en Internet. Recibía correos de mis amigas, de mi mamá, y cada vez más seguido de Rubén. Era agradable.
              Una tarde me habló porque se estrenaba el fin de semana la película de 300. Me preguntó si quería ir. 
El fin de semana en cuestión estaba demasiado emocionada. Demasiado. No era normal. No sabía qué rayos estaba pasando. Era demasiado extraño. No sabía bien qué ponerme, no quería lucir demasiado cómoda ni quería arreglarme demasiado. Esto era lo más difícil. ¿Cómo arreglarme para salir con un amigo que era más que obvio que ya no quería ser solo un amigo? ¿Hasta dónde estaba yo alucinando? ¿Hasta dónde debía soñar? ¿Qué tan valido era mi instinto? Llegué temprano al WTC, está a diez minutos de mi casa. Me senté a leer en la fuente espejo y no tardó en llegar... solo. ¿Y qué pasó con los demás? --Le pregunté-- ¿No pudieron venir?
--No, --me dijo sonriendo de un modo sospechoso. -- Me avisaron que no podían, pero yo no quería cancelar, ¿te molesta?
--No, claro que no.
Cerré mi libro, fuimos a la taquilla y compramos los boletos. En persona, los silencios se fueron haciendo incómodos. De repente él decía algo, de repente yo, de repente algo los dos al mismo tiempo. --¿Quieres palomitas o alguna otra cosa?
--Palomitas, el cine sin palomitas no sabe igual. --Contesté algo nerviosa. Algo raro estaba pasando. Rubén estaba actuando raro. Parecía estar coqueteando con sus sonrisas y sus miradas calladas y furtivas, porque aunque él fingiera que no, yo me daba muy bien cuenta.
     Me quedé sentada esperando en una mesa de café mientras él se formaba a comprar las palomitas. Me di vuelo mirándolo. Siempre me había gustado. Era delgado, más alto que yo, tenía un par de enormes ojos cafés enmarcados por unas cejas perfectas que no he vuelto a ver en nadie, un cabello muy negro y recortado y una extraña barbita. Me vio que lo veía y le sonreí y lo salude desde lejos. Al poco tiempo regresó con palomitas. Ya no faltaba mucho para la película. Nos formamos y pasamos.
No le puse mucha atención a la película porque estaba intrigada por la extraña situación. ¿En verdad habrían cancelado Víctor y Valeria o todo había sido un plan de Rubén? Lo veía de reojo y me vio abiertamente, me sonrió y volvió la mirada a la pantalla. ¿Por qué me volteaba a ver? ¿Por qué yo lo volteaba a ver? Lo conocía desde hace tres años, me había platicado sobre su romance fallido con Mayte y sus intenciones con Valeria. Sabía que quería dedicar el resto de su vida al arte. Conocía a su familia. ¿Qué nos estaba pasando? Él volteaba muy seguido. Y yo sabía porque yo también lo hacía. Las escenas de sexo eran muy intensas y me subieron la temperatura. Más que incómoda estaba extrañada. No podía ser que pasara lo que yo creí que pasaba.
         Saliendo de la película nos fuimos a tomar un café.
--Americano, por favor-- pidió él.
--Cappuccino.--dije yo.
Y de ahí en adelante eso fue lo que siempre pidió.

           Pasó el tiempo y no se volvió a mencionar el asunto. Se seguía conectando, me seguía saludando, seguíamos chateando ocasionalmente. Yo seguía mi vida y esperando mensajes de Alex. No llegaban. El ejecutivo de cuenta que llevaba mis grupos se aparecía seguido por mis clases y era agradable. Mi hija se adaptaba a la secundaria y a su nueva escuela. Decidí marcar el cambio en mi vida. Me fui a pintar mi virgen cabello negro. Y fui drástica. Me hice luces y fueron rubias y cafés. Se tardaron seis horas en teñirme y ponerme papel de aluminio en la cabeza. Aproveché muy bien mi tiempo leyendo y avanzando como nunca en mi libro. Me gustó el resultado. Me veía diferente. Eso quería, no era la misma, ¿por qué seguir con el mismo aspecto? Esa noche Rubén habló de nuevo para invitarnos a mi hija y a mí a ver la más reciente de las películas de Harry Potter con su hermano. Otra vez fuimos al WTC. Esta vez Miguel, su hermano, y mi hija fueron los encargados de ir por las palomitas y refrescos. Rubén y yo los esperamos en la mesa de café. --Ahora eres rubia-- me dijo.--Te ves bien.-- Y sonrió aprobando. Me sentí levemente juzgada y un poco falsa. Ok, no era la misma, pero tampoco era rubia. Me había vuelto muy sensible a sus comentarios. No estaba tan segura de querer eso. Miguel y mi hija regresaron y ya nos fuimos todos juntos a ver la película. Fuimos a ver Harry Potter y la Orden del Fénix y todos salimos odiando a Dolores Umbridge. Tal vez debido a que íbamos acompañados no me sentí tan nerviosa como la vez pasada.

            Después me habló un día de septiembre. Estaba enojado porque no le había hablado el 7 de septiembre. --Bueno, tú eres el que habla, yo no te hablo.
--Es que ni siquiera me enviaste un mensaje.
--¿Por qué? ¿De qué?
--¿En serio no te acuerdas?
--No. ¿De qué?
--¡Fue mi cumpleaños!
Me quedé muda. La verdad no me acordaba. Sí, salíamos siempre al principio del ciclo escolar, pero no sabía bien por qué. Él siempre organizaba las salidas. Siempre. Me disculpé. Nos invitó a salir a mi hija y a mí.

               Esta vez la invitación era a un café. Esta vez estaba convencida de que aquí pasaba algo y que no era mi imaginación desbordada solamente. Cuide mucho mi aspecto, no quería verme demasiado arreglada ni demasiado cómoda. Me decidí por un sweater negro de cuello de tortuga, cabello recogido y sombras moradas. Mi hija me dijo que me veía muy guapa. Nos vimos en el metrobús y nos fuimos todos juntos. Me dejó escoger el café. Por alguna extraña razón elegí el Sanborn's de la Zona Rosa. Uno bastante oscuro y algo tenebroso. Allá fuimos a dar los tres. Nos dieron gabinete y mientras llegaban los cafés y la malteada, mi querida hija, intrigada por esta extraña reunión hacía preguntas sin ton ni son. Rubén no dejaba de mirarme y yo no dejaba de preguntarme qué rayos hacía ahí y si estaba bien y si venía al caso y por qué rayos alucinaba tanto. En eso mi hija preguntó, --¿Mamá, Rubén es un niño o un hombre?
--Sí, Claudia, ¿qué soy?-- quiso saber Rubén.
--Un amigo. --Contesté salvando la situación. Nadie quedó satisfecho con la respuesta.
Rubén siguió embistiendo y yo evadiendo. Sus intenciones fueron demasiado claras, pero yo simplemente me negaba a la posibilidad. Las preguntas que me hizo, en la cara de mi hija, fueron tan sugerentes y yo tan insegura, tan incrédula, tan escéptica. Esa tarde me dejó temblando de posibilidades.

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