Dormir fue cada noche más difícil. Los días eran más interesantes. Algo más largos, con eso que empezaban tan temprano y con mucho tiempo para escribir, leer y perder. Se me hacían eternos. De repente, bastaba una sugerente oración para perderme en digresiones divergentes y extravagantes y abrir el Internet, para revisar mi correo exhaustivamente a ver si había algo de él. Ya ni me acordaba de Alex. Pero no, no había nada. Me regresaba a leer, a subrayar, a anotar en mi pequeño cuaderno y a pensar, sacar conclusiones, hacer conexiones entre citas, observaciones y apuntes. Así iba saliendo la tesis. Pero luego caía en una horrenda desesperación porque no recibía noticias suyas y me preguntaba qué pasaba.
Se comunicó un mes después totalmente cambiado. Su mail ya no terminaba con
“Tuyo”, ni con “Besos” ni la más leve referencia a ninguna canción de Sabina…
¡nada! Estaba extasiado porque planeaba una exhibición para el 15 de diciembre y
sólo le faltaba terminar unas obras. Curiosamente, ya había escrito algo así en uno
de mis cuentos, ¿será que puedo predecir el futuro? Quería que nos viéramos
por lo menos un par de veces antes de Navidad para “abrazos, regalos, piñatas y
todo eso”. Por mí encantada con los abrazos, es más con uno de los suyos, bien
dado, soy feliz hasta el próximo año. El punto es que me dio gusto ver su
nombre en la bandeja de entrada, pero me decepcionó un poco el
tono tan desenfadado que empleó, lo alegre que sonaba sin mí. Tal vez sentí
envidia. Esta historia se parece cada vez más a la de The Awakening y menos a la de Tieta
de Agreste ¿Qué pasará? Obvio planeo ir a la exhibición, pero, ¿nos veremos
en otras ocasiones? Además en la exposición va a estar toda su familia y eso me
da terror. Y aunque haya habido otras exposiciones de las que me ha platicado,
ésta es la primera a la que me invita…supongo que nos veremos para que me dé la
invitación. A ver qué pasa.
Cuando Rubén comenta en su mail que espera que no
tarde mucho en responderle lo que habían sido estas semanas no tenía idea de lo
que he pensado en estos días. ¿Cómo contestarle que lo he extrañado cada día,
que no sé si lo amo o sólo me obsesiona y cuál es la diferencia? ¿Cómo decirle
que desde que canceló la cita aquella he estado en una depresión total y
absoluta? ¿Cómo contarle que el sábado lloré y lloré como mujer desquiciada de
telenovela porque él no me habló ni se
conectó ni nada? ¡Cielos! Hace siglos que no me sentía así por nadie. Y ahora
que se comunicó, quiero más, quiero salir, quiero verlo, quiero escucharlo,
quiero sentirlo, besarlo. Ya enloquecí.
Me dio un ataque. El
neurólogo me preguntó si algo me preocupaba y ni modo de decirle que me
angustiaba la ausencia de Rubén enfrente de mi madre y de mi tía, que realmente
no entiendo qué tenían que estar haciendo ahí. Pero es lo que me impide dormir
por las noches, la falta de noticias, la incertidumbre de la situación, la
cuestión de los sentimientos, la moral, la dichosa moral, no puedo dormir sin
preguntarle a la almohada si está bien o si está mal. El caso es que el doctor
al parecer me leyó los pensamientos y me cambió el anticuado Fenobarbital por
un ansiolítico para que pudiera dormir.
Y funcionó. Desperté de un
profundo y agradable sueño para irme a desayunar con Mirtha y Helena para
celebrar el cumpleaños de Mirtha. Quedamos de vernos en el Garabatos de
Polanco. La pasamos tan bien que quedamos de vernos cada mes. Nos pusimos al
corriente.
--Claudia, hay un curso de mandarín en el Tec, ¿qué te parece si lo tomamos
juntas?—sugirió Mirtha.
--Suena bien—dije mientras bajaba mi taza de café—el mandarín viene fuerte
y se va a cobrar muy bien en las traducciones, pero no tengo dinero—contesté.
--Bueno, hay muchos cursos en la UNAM que suenan interesantes—insistió
Mirtha.
--Sí, los he visto ahora que he ido a seguir con el Seminario de
Tesis—contesté.
--Podrías encontrarte a un intelectual como tú—se rió Helena.
--Jajajajajajajaja—nos reímos todas.
--Es que… no te imagino en un antro—se disculpó Helena.
--Ni yo—estuvo de acuerdo Mirtha—no es tu ambiente, no te imagino ligándote
a un tipo ahí.
Ni yo. Cuando traté de rescatar mi matrimonio íbamos a los antros de la Condesa y ni se podía platicar y es que lo mío es platicar, escuchar, hablar, no esperar sentada en la barra con un trago en la mano exponiendo un profundo escote y una lánguida mirada esperando a que alguien me dispare un trago o… ni idea tengo cómo funcionan esos encuentros.
Ni yo. Cuando traté de rescatar mi matrimonio íbamos a los antros de la Condesa y ni se podía platicar y es que lo mío es platicar, escuchar, hablar, no esperar sentada en la barra con un trago en la mano exponiendo un profundo escote y una lánguida mirada esperando a que alguien me dispare un trago o… ni idea tengo cómo funcionan esos encuentros.
--Pues yo conocí a mi gordo en un antro. Cuando me divorcié mis hermanas me
llevaba a antros y ya llevamos seis años.—Cambió de tema Helena y se lo
agradecí.
--Pues Alex y yo ya vamos para los veinte de casados.—Dijo Mirtha con una
sonrisa.
--¡Qué aguante!—Exclamó Helena
--¿Cómo le haces?—Pregunté.
--No ha sido fácil—contestó Mirtha seria por primera vez.—Hubo cosillas por
ahí y, ya no es lo mismo.
Helena y yo nos vimos. Miramos nuestras tazas. En esos momentos se cuenta
lo que se quiere y si no se cuenta es porque ya se dijo todo. No insistimos.
--¿Y tú?—preguntó Helena--¿No te gusta alguien?
--Mmm, yo, eh, pues…
Al verme dudando, ambas se inclinaron hacia adelante porque eso prometía
ser interesante. Con sus caras preguntaron y sólo contesté --…eh, sí, hay
alguien.
--¡Cuenta!—Dijo Helena ansiosa--¿Dónde lo conociste? ¿Cuántos años tiene?
¿Es divorciado? ¡Es casado! Helena quería interpretar los gestos que hacía y
simplemente no atinaba. Eran mis amigas de la infancia, me conocían desde hace
tanto, era más fácil contarle a alguien totalmente ajeno, como a mi doctora.
--Bueno, lo conocí en una escuela donde trabajaba y no es de mi edad y su
familia no debería saberlo—contesté evadiendo sus miradas ahondando en mi
porvenir según los restos del café.
--¿Qué tan menor?—quizo saber Mirtha en tono maternal, y no el que se usa
cuando se apapacha.
--Mmm…mucho.
--Tiene 30—adivinó Helena.
Negué con la cabeza.
--¡No Claudia! Te prohíbo que salgas con ese tipo—dijo Mirtha como si
realmente fuera mi mamá, pero sonriendo. Y es que tiene un hijo pequeño. Helena
soltó su típica carcajada y pedimos la cuenta. El valet trajo el carro de
Mirtha y se fue rápido. Helena me dio un aventón a casa y aprovechamos para
seguir platicando. Me gustan los aventones por eso, son como la post-sala, la
sobremesa de la sobremesa, la extensión de cualquier encuentro. Helena puso el
radio, se enfiló y me dijo ya seria, pero con complicidad, --Ten cuidado, a mí
me pasó lo mismo, lo disfruté mucho, fue muy bonito, pero no te claves.
Too late. Llegué a la casa, aventé la bolsa por allá y me senté a revisar mi correo, nada. Sin embargo, no estoy como la semana pasada hecha un mar de lágrimas, casi estoy segura que nos vamos a ver la semana que entra para que me dé mi invitación a la exposición y si no, pues de todos modos iré. Lo que sí había era un recado en el teléfono convocando a junta de trabajo.
Too late. Llegué a la casa, aventé la bolsa por allá y me senté a revisar mi correo, nada. Sin embargo, no estoy como la semana pasada hecha un mar de lágrimas, casi estoy segura que nos vamos a ver la semana que entra para que me dé mi invitación a la exposición y si no, pues de todos modos iré. Lo que sí había era un recado en el teléfono convocando a junta de trabajo.
Cuando llegué a la oficina
Ricardo casi brincó de su asiento al verme y corrió a recibirme con un--¿Cómo
estás?
--¿Estabas muy preocupado?--le pregunté.
--¿Estabas muy preocupado?--le pregunté.
--Sí—me dijo clavando sus ojos en los míos todo serio y me envolvió en sus
enormes brazos. No debería hacer eso, me mata. ¿Por qué no existe alguien como
Rubén y como Ricardo para mí, por qué siempre tengo que compartir y competir?
Saliendo me fui a Sanborn's y me
compré un libro para escribir.
Cambié el escritorio para la recámara y hay más espacio en el comedor. La
idea es escribir acá una vez que mi hija se vaya a su recámara. El proyecto es
muy emocionante, el libro te lleva paso a paso.
Por la tarde me fui al cine de Metrópolis Patriotismo a ver Beowulf y no resultó como esperaba. Me
dio gusto haber ido sola. Y para consolarme por tan desgraciada experiencia me
compré un par de lindos zapatitos negros para la exhibición y luego un lápiz
labial rojo intenso. Planeo recuperar mi color de cabello natural, negro como
alas de cuervo, como decía mi tío Alberto. Me lo quiero cortar en capas y ya veré
si las llevo esponjadas o planchadas. Me tengo que comprar ropa interior negra
y satinada. Quiero llevar un collar diseñado por mí, algo artístico, no sé, una
cadena de seda negra con un corazón dorado o alguna cosa muy roja y china, para
que combine con el negro. Bueno, si es que me habla para invitarme…y espero que
para ir al cine y a tomarnos un café.
El lunes me fui a comprar más cosas para mi estudio: una pluma, un lapicero
de gatito, hojas blancas, una carpeta, un incensario y una caja de lápices para
Rubén, porque no sé si prefiera más H o más B en sus lápices, o qué tipo de
papel o pinceles use, pero una caja sirve para guardar todo eso y hasta gomas.
En la casa, mientras revisaba mi correo se apareció la cajita de Messenger y vi
que era Rubén. Me saludó. Lo saludé.
Hijos
de puta no se metan con mi mail porque violan mis derechos humanos dice:
Hola
Claudia-cada
vez entiendo menos esta vida- dice:
Pero no te enojes tan feo.
R: ¿Por qué? Ah, ya, es que no puedo cambiar mi Nick desde acá. Estoy en el
X-Box. Y no me acordaba que tenía eso.
C: Siempre te hacen lo mismo. Pero no te enojes.
R: No, al contrario, qué bueno que te encuentro.
C: ¿Por qué?
R: Porque no puedo contestar mails desde mi compu, creo que se le metió un
virus por bajar música.
C: ¿Y siquiera era buena?
R: No sé, la bajó mi hermano.
C: ¿Y qué haces?
R: Platico.
C: ¿Con quién?
R: Pues contigo.
C: Cierto, ¿Y qué más haces?
R: Nada, pensando, escuchando música.
C: ¿Qué?
R: Imagino cosas o pienso en lo que tengo que hacer mañana. Escucho a
Serrat.
C: Yo creí que sólo te gustaba Sabina. Amo a Serrat.
R: Y yo a Sabina, pero hay que darle chance al viejito ese.
C: Pues cásate con Sabina, yo con Serrat y nos vamos a cenar los cuatro.
R: Mejor me caso con una de sus hijas.
C: Qué gacho ¿y tus novias?
R: Son las musas.
C: Ajá, ¿y Mayte y Valeria?
R: Mayte fue una etapa que era necesario vivir, pero ya pasó. Valeria es…
no es una mujer.
C: ¿Cómo?
R: Es una niña.
C: Ah, ¿y qué es una mujer según tú?
R: Pues, pensando en una definición romántica, en principio, yo, por ser
hombre veo a la mujer como un complemento, como otro ser que vaga por el mundo
siendo una mitad, además, amo el cuerpo de la mujer, es muy simple y útil.
C: ¡Útil! ¿Cómo una escoba?
R: No, el hombre tiene pezones, pero no le sirven para nada. Todo en la
mujer está perfectamente ubicado para cumplir una función.
C: Ah, somos biberones unos mese, ¡qué bien!
R: No pongas palabras en mi Messenger…No estoy comparando a una mujer con
un objeto ni con un medio…
C: Eres un romántico empedernido.
R: Eso es bueno, ¿no?
C: Supongo.
R: Es muy triste cuando lo único que nos mantiene vivos es la comida.
C: Es patético. ¿A ti, qué te mantiene vivo?
R: Quiero conquistar el mundo, trascender, saber amar.
C: Jajajajaja, ¿eres como el ratón que quiere conquistar al mundo?
R: Sí, lo sé.
C: Amar… ¿y cuando eso falla?
R: Pues de eso se trata, “que no te vendan amor sin espinas”.
C: Explícame, porque a mí me duele mucho todavía.
R: Según Lisias es mejor no amar porque siempre termina mal, pero Sócrates
lo refuta diciendo que no le importa como acabe pues lo que importa es haber
amado, pues ese estado de locura es un regalo de los dioses.
C: Bueno, tal vez valga la pena correr el riesgo una vez más.
R: Es muy teológico, pero suena bien. El caso es que hay que disfrutar el
regalo porque siempre va a ser sólo un instante.
C: ¿Lo has sentido? ¿Y el vació que queda después?
R: Es terrible esa sensación. No quiero comparar las experiencias, pero
cuando amé y no hubo respuesta me sentía con la necesidad de actuar como si
todo estuviera bien, para mantener lo poco que quedaba, casi basaba toda mi
alegría en esa relación, no me importaba nada más. Era como si la persona fuera
dueña de una parte mía y cuando se acabó quedé incompleto. Todavía me acuerdo,
y me duele, pero no me arrepiento y tampoco sentencio al decir que el amor es
un fraude y que no existe y esas cosas que dice la gente amargada.
C: Sí, exacto, así se siente. ¿Y luego qué pasó?
R: Aprendí a completarme con otras cosas…
C: ¿Con el arte?
R: Pues yo primero me tuve que entretener leyendo, luego trate de ver más
gente, pero no soy una persona social y menos cuando estoy pensando en otras
cosas. Un buen día me senté a pintar en la terraza, y creo que desde ese día
comencé a sentirme bien. No porque me estuviera entreteniendo (y esto es
importante) sino porque yo me tenía en un nivel inferior a esta persona, como
si hubiera sido decisión suya, como si mi alegría fuera un regalo de ella y mi
tristeza sólo la consecuencia de su ausencia, como si fuera mi estado natural
sin ella. Cuando empecé a pintar recordé que estaba hecho para algo, que tenía
talento y que esa persona y otras más se habían fijado en mí por algo y que eso
me hacía superior al no buscar una vida mediocre.
C: Y vaya que sí. ¿Y te volcaste al dibujo?
R: A vivir.
C: ¿Cómo le hiciste? La terapia no me ha funcionado hasta ahorita.
R: Lo que me sacó fue levantar mi autoestima.
C: ¿Cómo?
R: Todo eso que te movía antes de tu matrimonio, ¿qué era?
C: Eso trato de recordar, perdí 11 años de mi vida en un matrimonio absurdo
del que lo único bueno que queda es mi hija. Estuve perdida, tratando de
adaptarme, de ceder…Yo leía, escribía, era Miss de Lite, ¿te acuerdas?
R: Entonces
regresa a la mujer que se metió a la universidad para hacer algo, que no
estudió derecho o contaduría por algo.
C:
Quiero escribir y no sé si tenga las agallas. Me falta la pasión, me sobran las
deudas.
R:
Pero eso está muy bien.
C:
¿Las deudas?
R:
Algo es cierto; si fueras millonaria con tres hijos y una camioneta se te
hubiera olvidado cómo escribir. El arte también es quejarse y llorar y
maldecir.
C:
¡Puta! Pues estoy hecha toda una artista, jajajajajajajaja.
R:
Pues eso ayuda.
C: ¿Y
desde cuando pasó todo esto?
R: Hay
veces que pensaba en dedicarme a la pintura, con tanto pintor en el mundo, lo
veía yo muy lejano, como un sueño, como cuando un niño quiere ser presidente…
C:
Pues desde que te conocí querías dedicarte a eso.
R:
Pero no tenía todavía la seguridad. Luego decidí no hacerle caso a mi madre.
C:
Jajajajajajajaja
R:
Prométeme algo.
C: Ok.
¿Qué?
R: No
importa cómo, ni sobre qué, cada semana mándame un texto, un cuento, una
fábula, lo que sea.
C:
Pero si no sirve tu compu, ¿recuerdas?
R: No
puedo enviar mails, pero sí puedo recibirlos. Tú siéntate en las noches a
escribir.
C:
Todas las noches escribo mi diario.
R:
Pero eso es muy personal, mándame a mí algo, para el mundo, lo que sea.
C: Ok,
lo intentaré, algo que no sea personal. Pero, si lo lees y no recibo
comentarios, es muy ilógico, es necesario recibir la crítica.
R: Yo
veo cómo le hago, además no soy crítico. Cuando empieces a escribir, va a
llegar el día que vas a trabajar para mantenerte y a escribir para vivir.
Empezarás a pensar que TIENES el deber de escribir como para andar perdiendo el
tiempo pensando tonterías y te ubicará, como yo, poco a poco en un estado en el
que te sientes muy bien por hacer lo que estás hecha para hacer y dejar de ser
mortal.
C:
¡Pero soy mortal! Hoy me lastimé sacando una banca y me salió sangre y eso es
bueno. Por cierto saqué la banca del balcón para hacer mi estudio y sentarme a
escribir ahí.
R: Qué
chido, en el balcón. Pero mándame tus escritos.
C: ¿Y
si los detestas?
R: Te
digo que lo detesto.
C:
Uuuuuuuuuuuuuuh, eso va a doler. ¿Por qué haces esto?
R:
Porque te quiero mucho y a mí me ayudó y no voy a dejar que se desperdicie lo
que tienes.
C: Es
mucha responsabilidad, ¿no crees?
R: A
veces nos acostumbramos tanto a la vida que dejamos que pase como nada.
C: A
veces es difícil volver.
R: Por
cierto, y cambiando de tema tengo que darte la invitación.
C: Sí,
sino no me dejan entrar y quiero ver tus obras acabadas.
R: No
es una invitación personal o formal, te la podría enviar por mail, pero
prefiero dártela en persona.
C:
Igual, sobretodo porque tu mail NO sirve… ¿Y qué día NO te vas a Cuernavaca?
R:
Este domingo.
C: ¿Y
a dónde vas?
R: A
verte. Después de comer, a las cuatro.
C:
¿Donde siempre?
R: Sí,
pero no nos quedamos ahí.
C:
¿Qué quieres, café y más café? ¿Llevo mis textos?
R:
Claro, sería muy bueno. Y yo llevaré mis poemas pueriles para que te rías un
rato.
C:
Bueno, la charla está muy interesante pero mañana tengo clase a las 8:00 y ni
la he preparado, además me tengo que cuidar después de lo que pasó. Me temo que
aunque no tenga sueño, me debo ir a la cama por el bien de mi salud física, mental,
espiritual y personal, Además ya tienes sueño.
R:
Sueño, pero no me faltan ganas de seguir conversando. Pues gracias por la
plática, es bueno acostarse con esta vibra.
C: Yo
por mí me quedaba, pero ya ves que hay que pagar las cuentas de algún modo y
más vale que sea honesto.
R:
Bueno, buenas noches.
C:
Bye.
Hace siglos que no platicaba con nadie
así, sino hubiera sido por mi clase nos seguimos toda la noche. A mi hija no le hizo gracia porque no pudo
chatear con sus novios. Se fue a dormir refunfuñando.
El martes me fui a recuperar mi color
al salón. Me pasé ahí toda la tarde para que me lo pintaran de negro y el
sábado me voy a dar un tratamiento de abrillantamiento. Me volví medio
vanidosilla. Después me la pasé revisando mis textos y no pienso darle los que
escribí sobre él. Me da terror perderlo y es un amigo maravilloso, la verdad.
El miércoles me fui a comprar mi ropa
negra y me hace sentir sexy.
El día tan anhelado llegó. Me desperté
a las 6.30, no pude dormir más y cuando ya me di cuenta estaba lavando los
trastes. Cuando acabé me puse a revisar correo y la verdad no me acuerdo de nada. Yo sólo quería que
fueran las cuatro de la tarde. En eso escuché las risas de mi hija, así que la
levanté a lavar sus calcetas porque su papá venía por ella a mediodía y todavía
faltaban muchas cosas por hacer. Me subí a echar ropa a la lavadora y luego
bajé a la esquina por jugo dominguero de naranja, guayaba y miel; pasé por un
par de bolillos y volví para hacer el desayuno. Desayunamos molletes con queso y
salsa de pico de gallo. Platicamos, recogimos los trastes, los volvimos a
lavar, Rebeca lavó sus calcetas y el tiempo sólo se nos quedaba viendo, no
pasaba, estaba feliz, sentado, viéndonos trabajar incesantemente. Regué las plantas,
las cuatro de la sala y las dos de mi recámara; aspiré la sala, los gatos
sueltan mucho pelo; Rebeca se metió a bañar, se tardó horas lavando su precioso
cabello y cantando en la regadera y salió, se vistió, dudaba, como buena
adolescente qué ponerse, se maquilló, con sumo cuidado, se peinó… unas tres
veces ¡y el tiempo no pasaba! Opté por revisar mi correo a ver si había algo
que ocupara mi tiempo y en eso tocó el timbre el padre de mi hija. Ok, ya era
mediodía, y como el hombre es medio impuntual era un poco más tarde. Según yo,
a partir de ese momento el tiempo se aceleraría, pero no. Seguía divertido
viendo cómo me afanaba. Me fui al súper con una lista larga para la semana,
siempre me tardo un par de horas mínimo. Recorrí toda la casa previamente para
asegurarme que no me faltara nada y todavía subí a tender la ropa. Me fui
caminando al súper –media hora—con toda la paciencia y lentitud de una pequeña
que aprende a caminar o una anciana con andador. El día era hermoso, ni parecía Noviembre, el sol resplandecía sonriente como acariciándome con tacto y cariño,
parecía que alguien había escuchado mi “ruego sacrílego” y me lo estaba
concediendo, como en Tieta de Agreste.
Mi sonrisa estilo Caperucita-Roja-va-a-ver-a-la-abuelita confundió a uno que
otro sujeto que creían que yo les coqueteaba abierta y descaradamente, entonces
opté por pegar la vista a los zapatitos hasta que llegué al súper. También en
el suelo hay cosas interesantes, además de los chicles, están los pastos que
crecen en medio de las banquetas, en contra de todo y a pesar de todo. ¡Iba tan
feliz que parecía que iba a ver a mi novio! Sólo pensarlo me dio risa y me reí
en voz alta con las consecuentes miradas de esta-loca-qué-le-pasa. ¡Bah!
Bueno,
en el súper tomé un carrito y me fui pasillo por pasillo seleccionando
cuidadosamente cada cosa en mi larga lista, como toda una ama de casa,
comparaba precio, calidad, lo que fuera por hacer tiempo. Cedía mi lugar en la
fila de la salchichonería o en la del pan. Me formé en la fila más larga para pagar
mientras ojeaba una revista a la que no le entendía nada porque siempre leía la
misma línea: “los tonos de esta temporada son morados, lilas y un toque de vino
tinto…” pero no entendía nada, no me importaba. Salí con ocho bolsas yo no sé
de qué y las cargué hasta la esquina de viaducto donde tomé un taxi. Aunque
quería hacer tiempo, cargar todas esas bolsas yo sola me corta los dedos y eso
no es muy agradable.
Bueno,
dos horas mínimo, ¿no? Más lo que me había tardado…serían las 14.30 al menos.
¡No! Eran las 13.45. Casi se me salen los ojos cuando vi la hora en mi celular.
Bueno, había que guardar todo en sus respectivas gavetas, refrigerador, baño,
recámara… ¿para qué compré otra pinza de depilar? Latas a las gavetas, frutas y
verduras al cajón del refrigerador, lácteos en medio, pan hasta arriba y afuera,
sopas en su latas en las gavetas, con los frijoles, el arroz y los chiles
secos, comida de los gatos a su bote; papel de baño, toallas, dentífrico y
jabón neutro en el baño, la arena la dejé al último para cambiarla y tirarla de
una vez y luego ya bañarme con el shampoo nuevo.
Me
preparé mi comida y me la serví con una ceremonia que cualquiera hubiera jurado
que era japonesa. Me la comí con calma, como hace siglos no lo hacía y mientras
veía algo en la tele que igual no era importante. Apenas eran las 14.30. ¡Nunca
había sentido al tiempo tan minuto a minuto! Y no era gozarlo, era sufrirlo.
Lavé mis trastes y me seguí con la cocina, bajé la basura y volví a subir a
tender más ropa. Entonces sí, ya eran las 15.00. Planché mi ropa, me perfumé en
todos los sitios estratégicos según las revistas, me lavé la cara, me puse los
contactos, me puse mis cremas, me maquillé, me peiné y con esto del trabajo en
las madrugadas he adquirido experiencia y velocidad y en quince minutos estaba
lista. ¿Qué hacía ahora? ¡Faltaban cuarenta minutos! Busqué una mochila para
llevar mis textos y me llevé mi libro por si llegaba antes que Rubén y en eso
dieron las 15.43 y me fui caminando. El día seguía hermoso, la cita no era lejos,
llevaba muy buen tiempo, pero iba casi corriendo, como si me fuera a dejar el
avión.
Llegué
a la fuente-piscina del WTC y ninguna de las múltiples personas que había ahí
se parecía ni remotamente a Rubén. Saqué mi libro y me puse a leer. De vez en vez
volteaba a ver si ya había llegado y nada. Me entró el terror de que no
llegara. Me concentré más en la lectura y ya me estaba riendo de las bobadas de
Osnar cuando vi sus tennis grises sentándose junto a mí.