martes, 9 de julio de 2013

3. COMIENZA EL INTERLUDIO


Dormir fue cada noche más difícil. Los días eran más interesantes. Algo más largos, con eso que empezaban tan temprano y con mucho tiempo para escribir, leer y perder. Se me hacían eternos. De repente, bastaba una sugerente oración para perderme en digresiones divergentes y extravagantes y abrir el Internet, para revisar mi correo exhaustivamente a ver si había algo de él. Ya ni me acordaba de Alex. Pero no, no había nada. Me regresaba a leer, a subrayar, a anotar en mi pequeño cuaderno y a pensar, sacar conclusiones, hacer conexiones entre citas, observaciones y apuntes. Así iba saliendo la tesis. Pero luego caía en una horrenda desesperación porque no recibía noticias suyas y me preguntaba qué pasaba. 
           Se comunicó un mes después totalmente cambiado. Su mail ya no terminaba con “Tuyo”, ni con “Besos” ni la más leve referencia a ninguna canción de Sabina… ¡nada! Estaba extasiado porque planeaba una exhibición para el 15 de diciembre y sólo le faltaba terminar unas obras. Curiosamente, ya había escrito algo así en uno de mis cuentos, ¿será que puedo predecir el futuro? Quería que nos viéramos por lo menos un par de veces antes de Navidad para “abrazos, regalos, piñatas y todo eso”. Por mí encantada con los abrazos, es más con uno de los suyos, bien dado, soy feliz hasta el próximo año. El punto es que me dio gusto ver su nombre en la bandeja de entrada, pero me decepcionó un poco el tono tan desenfadado que empleó, lo alegre que sonaba sin mí. Tal vez sentí envidia. Esta historia se parece cada vez más a la de The Awakening y menos a la de Tieta de Agreste ¿Qué pasará? Obvio planeo ir a la exhibición, pero, ¿nos veremos en otras ocasiones? Además en la exposición va a estar toda su familia y eso me da terror. Y aunque haya habido otras exposiciones de las que me ha platicado, ésta es la primera a la que me invita…supongo que nos veremos para que me dé la invitación. A ver qué pasa.
Cuando Rubén comenta en su mail que espera que no tarde mucho en responderle lo que habían sido estas semanas no tenía idea de lo que he pensado en estos días. ¿Cómo contestarle que lo he extrañado cada día, que no sé si lo amo o sólo me obsesiona y cuál es la diferencia? ¿Cómo decirle que desde que canceló la cita aquella he estado en una depresión total y absoluta? ¿Cómo contarle que el sábado lloré y lloré como mujer desquiciada de telenovela porque él no me habló ni se conectó ni nada? ¡Cielos! Hace siglos que no me sentía así por nadie. Y ahora que se comunicó, quiero más, quiero salir, quiero verlo, quiero escucharlo, quiero sentirlo, besarlo. Ya enloquecí.
            Me dio un ataque. El neurólogo me preguntó si algo me preocupaba y ni modo de decirle que me angustiaba la ausencia de Rubén enfrente de mi madre y de mi tía, que realmente no entiendo qué tenían que estar haciendo ahí. Pero es lo que me impide dormir por las noches, la falta de noticias, la incertidumbre de la situación, la cuestión de los sentimientos, la moral, la dichosa moral, no puedo dormir sin preguntarle a la almohada si está bien o si está mal. El caso es que el doctor al parecer me leyó los pensamientos y me cambió el anticuado Fenobarbital por un ansiolítico para que pudiera dormir.
            Y funcionó. Desperté de un profundo y agradable sueño para irme a desayunar con Mirtha y Helena para celebrar el cumpleaños de Mirtha. Quedamos de vernos en el Garabatos de Polanco. La pasamos tan bien que quedamos de vernos cada mes. Nos pusimos al corriente.
--Claudia, hay un curso de mandarín en el Tec, ¿qué te parece si lo tomamos juntas?—sugirió Mirtha.
--Suena bien—dije mientras bajaba mi taza de café—el mandarín viene fuerte y se va a cobrar muy bien en las traducciones, pero no tengo dinero—contesté.
--Bueno, hay muchos cursos en la UNAM que suenan interesantes—insistió Mirtha.
--Sí, los he visto ahora que he ido a seguir con el Seminario de Tesis—contesté.
--Podrías encontrarte a un intelectual como tú—se rió Helena.
--Jajajajajajajaja—nos reímos todas.
--Es que… no te imagino en un antro—se disculpó Helena.
--Ni yo—estuvo de acuerdo Mirtha—no es tu ambiente, no te imagino ligándote a un tipo ahí. 
Ni yo. Cuando traté de rescatar mi matrimonio íbamos a los antros de la Condesa y ni se podía platicar y es que lo mío es platicar, escuchar, hablar, no esperar sentada en la barra con un trago en la mano exponiendo un profundo escote y una lánguida mirada esperando a que alguien me dispare un trago o… ni idea tengo cómo funcionan esos encuentros.
--Pues yo conocí a mi gordo en un antro. Cuando me divorcié mis hermanas me llevaba a antros y ya llevamos seis años.—Cambió de tema Helena y se lo agradecí.
--Pues Alex y yo ya vamos para los veinte de casados.—Dijo Mirtha con una sonrisa.
--¡Qué aguante!—Exclamó Helena
--¿Cómo le haces?—Pregunté.
--No ha sido fácil—contestó Mirtha seria por primera vez.—Hubo cosillas por ahí y, ya no es lo mismo.
Helena y yo nos vimos. Miramos nuestras tazas. En esos momentos se cuenta lo que se quiere y si no se cuenta es porque ya se dijo todo. No insistimos.
--¿Y tú?—preguntó Helena--¿No te gusta alguien?
--Mmm, yo, eh, pues…
Al verme dudando, ambas se inclinaron hacia adelante porque eso prometía ser interesante. Con sus caras preguntaron y sólo contesté --…eh, sí, hay alguien.
--¡Cuenta!—Dijo Helena ansiosa--¿Dónde lo conociste? ¿Cuántos años tiene? ¿Es divorciado? ¡Es casado! Helena quería interpretar los gestos que hacía y simplemente no atinaba. Eran mis amigas de la infancia, me conocían desde hace tanto, era más fácil contarle a alguien totalmente ajeno, como a mi doctora.
--Bueno, lo conocí en una escuela donde trabajaba y no es de mi edad y su familia no debería saberlo—contesté evadiendo sus miradas ahondando en mi porvenir según los restos del café.
--¿Qué tan menor?—quizo saber Mirtha en tono maternal, y no el que se usa cuando se apapacha.
--Mmm…mucho.
--Tiene 30—adivinó Helena.
Negué con la cabeza.
--¡No Claudia! Te prohíbo que salgas con ese tipo—dijo Mirtha como si realmente fuera mi mamá, pero sonriendo. Y es que tiene un hijo pequeño. Helena soltó su típica carcajada y pedimos la cuenta. El valet trajo el carro de Mirtha y se fue rápido. Helena me dio un aventón a casa y aprovechamos para seguir platicando. Me gustan los aventones por eso, son como la post-sala, la sobremesa de la sobremesa, la extensión de cualquier encuentro. Helena puso el radio, se enfiló y me dijo ya seria, pero con complicidad, --Ten cuidado, a mí me pasó lo mismo, lo disfruté mucho, fue muy bonito, pero no te claves. 
Too lateLlegué a la casa, aventé la bolsa por allá y me senté a revisar mi correo, nada. Sin embargo, no estoy como la semana pasada hecha un mar de lágrimas, casi estoy segura que nos vamos a ver la semana que entra para que me dé mi invitación a la exposición y si no, pues de todos modos iré. Lo que sí había era un recado en el teléfono convocando a junta de trabajo.
            Cuando llegué a la oficina Ricardo casi brincó de su asiento al verme y corrió a recibirme con un--¿Cómo estás? 
--¿Estabas muy preocupado?--le pregunté.
--Sí—me dijo clavando sus ojos en los míos todo serio y me envolvió en sus enormes brazos. No debería hacer eso, me mata. ¿Por qué no existe alguien como Rubén y como Ricardo para mí, por qué siempre tengo que compartir y competir?
Saliendo me fui a Sanborn's y me compré un libro para escribir.

Cambié el escritorio para la recámara y hay más espacio en el comedor. La idea es escribir acá una vez que mi hija se vaya a su recámara. El proyecto es muy emocionante, el libro te lleva paso a paso.

Por la tarde me fui al cine de Metrópolis Patriotismo a ver Beowulf y no resultó como esperaba. Me dio gusto haber ido sola. Y para consolarme por tan desgraciada experiencia me compré un par de lindos zapatitos negros para la exhibición y luego un lápiz labial rojo intenso. Planeo recuperar mi color de cabello natural, negro como alas de cuervo, como decía mi tío Alberto. Me lo quiero cortar en capas y ya veré si las llevo esponjadas o planchadas. Me tengo que comprar ropa interior negra y satinada. Quiero llevar un collar diseñado por mí, algo artístico, no sé, una cadena de seda negra con un corazón dorado o alguna cosa muy roja y china, para que combine con el negro. Bueno, si es que me habla para invitarme…y espero que para ir al cine y a tomarnos un café.

El lunes me fui a comprar más cosas para mi estudio: una pluma, un lapicero de gatito, hojas blancas, una carpeta, un incensario y una caja de lápices para Rubén, porque no sé si prefiera más H o más B en sus lápices, o qué tipo de papel o pinceles use, pero una caja sirve para guardar todo eso y hasta gomas. En la casa, mientras revisaba mi correo se apareció la cajita de Messenger y vi que era Rubén. Me saludó. Lo saludé.

Hijos de puta no se metan con mi mail porque violan mis derechos humanos dice:
Hola
Claudia-cada vez entiendo menos esta vida- dice:
Pero no te enojes tan feo.                                                       
R: ¿Por qué? Ah, ya, es que no puedo cambiar mi Nick desde acá. Estoy en el X-Box. Y no me acordaba que tenía eso.
C: Siempre te hacen lo mismo. Pero no te enojes.
R: No, al contrario, qué bueno que te encuentro.
C: ¿Por qué?
R: Porque no puedo contestar mails desde mi compu, creo que se le metió un virus por bajar música.
C: ¿Y siquiera era buena?
R: No sé, la bajó mi hermano.
C: ¿Y qué haces?
R: Platico.
C: ¿Con quién?
R: Pues contigo.
C: Cierto, ¿Y qué más haces?
R: Nada, pensando, escuchando música.
C: ¿Qué?
R: Imagino cosas o pienso en lo que tengo que hacer mañana. Escucho a Serrat.
C: Yo creí que sólo te gustaba Sabina. Amo a Serrat.
R: Y yo a Sabina, pero hay que darle chance al viejito ese.
C: Pues cásate con Sabina, yo con Serrat y nos vamos a cenar los cuatro.
R: Mejor me caso con una de sus hijas.
C: Qué gacho ¿y tus novias?
R: Son las musas.
C: Ajá, ¿y Mayte y Valeria?
R: Mayte fue una etapa que era necesario vivir, pero ya pasó. Valeria es… no es una  mujer.
C: ¿Cómo?
R: Es una niña.
C: Ah, ¿y qué es una mujer según tú?
R: Pues, pensando en una definición romántica, en principio, yo, por ser hombre veo a la mujer como un complemento, como otro ser que vaga por el mundo siendo una mitad, además, amo el cuerpo de la mujer, es muy simple y útil.
C: ¡Útil! ¿Cómo una escoba?
R: No, el hombre tiene pezones, pero no le sirven para nada. Todo en la mujer está perfectamente ubicado para cumplir una función.
C: Ah, somos biberones unos mese, ¡qué bien!
R: No pongas palabras en mi Messenger…No estoy comparando a una mujer con un objeto ni con un medio…
C: Eres un romántico empedernido.
R: Eso es bueno, ¿no?
C: Supongo.
R: Es muy triste cuando lo único que nos mantiene vivos es la comida.
C: Es patético. ¿A ti, qué te mantiene vivo?
R: Quiero conquistar el mundo, trascender, saber amar.
C: Jajajajaja, ¿eres como el ratón que quiere conquistar al mundo?
R: Sí, lo sé.
C: Amar… ¿y cuando eso falla?
R: Pues de eso se trata, “que no te vendan amor sin espinas”.
C: Explícame, porque a mí me duele mucho todavía.
R: Según Lisias es mejor no amar porque siempre termina mal, pero Sócrates lo refuta diciendo que no le importa como acabe pues lo que importa es haber amado, pues ese estado de locura es un regalo de los dioses.
C: Bueno, tal vez valga la pena correr el riesgo una vez más.
R: Es muy teológico, pero suena bien. El caso es que hay que disfrutar el regalo porque siempre va a ser sólo un instante.
C: ¿Lo has sentido? ¿Y el vació que queda después?
R: Es terrible esa sensación. No quiero comparar las experiencias, pero cuando amé y no hubo respuesta me sentía con la necesidad de actuar como si todo estuviera bien, para mantener lo poco que quedaba, casi basaba toda mi alegría en esa relación, no me importaba nada más. Era como si la persona fuera dueña de una parte mía y cuando se acabó quedé incompleto. Todavía me acuerdo, y me duele, pero no me arrepiento y tampoco sentencio al decir que el amor es un fraude y que no existe y esas cosas que dice la gente amargada.
C: Sí, exacto, así se siente. ¿Y luego qué pasó?
R: Aprendí a completarme con otras cosas…
C: ¿Con el arte?
R: Pues yo primero me tuve que entretener leyendo, luego trate de ver más gente, pero no soy una persona social y menos cuando estoy pensando en otras cosas. Un buen día me senté a pintar en la terraza, y creo que desde ese día comencé a sentirme bien. No porque me estuviera entreteniendo (y esto es importante) sino porque yo me tenía en un nivel inferior a esta persona, como si hubiera sido decisión suya, como si mi alegría fuera un regalo de ella y mi tristeza sólo la consecuencia de su ausencia, como si fuera mi estado natural sin ella. Cuando empecé a pintar recordé que estaba hecho para algo, que tenía talento y que esa persona y otras más se habían fijado en mí por algo y que eso me hacía superior al no buscar una vida mediocre.
C: Y vaya que sí. ¿Y te volcaste al dibujo?
R: A vivir.
C: ¿Cómo le hiciste? La terapia no me ha funcionado hasta ahorita.
R: Lo que me sacó fue levantar mi autoestima.
C: ¿Cómo?
R: Todo eso que te movía antes de tu matrimonio, ¿qué era?
C: Eso trato de recordar, perdí 11 años de mi vida en un matrimonio absurdo del que lo único bueno que queda es mi hija. Estuve perdida, tratando de adaptarme, de ceder…Yo leía, escribía, era Miss de Lite, ¿te acuerdas?
R: Entonces regresa a la mujer que se metió a la universidad para hacer algo, que no estudió derecho o contaduría por algo.
C: Quiero escribir y no sé si tenga las agallas. Me falta la pasión, me sobran las deudas.
R: Pero eso está muy bien.
C: ¿Las deudas?
R: Algo es cierto; si fueras millonaria con tres hijos y una camioneta se te hubiera olvidado cómo escribir. El arte también es quejarse y llorar y maldecir.
C: ¡Puta! Pues estoy hecha toda una artista, jajajajajajajaja.
R: Pues eso ayuda.
C: ¿Y desde cuando pasó todo esto?
R: Hay veces que pensaba en dedicarme a la pintura, con tanto pintor en el mundo, lo veía yo muy lejano, como un sueño, como cuando un niño quiere ser presidente…
C: Pues desde que te conocí querías dedicarte a eso.
R: Pero no tenía todavía la seguridad. Luego decidí no hacerle caso a mi madre.
C: Jajajajajajajaja
R: Prométeme algo.
C: Ok. ¿Qué?
R: No importa cómo, ni sobre qué, cada semana mándame un texto, un cuento, una fábula, lo que sea.
C: Pero si no sirve tu compu, ¿recuerdas?
R: No puedo enviar mails, pero sí puedo recibirlos. Tú siéntate en las noches a escribir.
C: Todas las noches escribo mi diario.
R: Pero eso es muy personal, mándame a mí algo, para el mundo, lo que sea.
C: Ok, lo intentaré, algo que no sea personal. Pero, si lo lees y no recibo comentarios, es muy ilógico, es necesario recibir la crítica.
R: Yo veo cómo le hago, además no soy crítico. Cuando empieces a escribir, va a llegar el día que vas a trabajar para mantenerte y a escribir para vivir. Empezarás a pensar que TIENES el deber de escribir como para andar perdiendo el tiempo pensando tonterías y te ubicará, como yo, poco a poco en un estado en el que te sientes muy bien por hacer lo que estás hecha para hacer y dejar de ser mortal.
C: ¡Pero soy mortal! Hoy me lastimé sacando una banca y me salió sangre y eso es bueno. Por cierto saqué la banca del balcón para hacer mi estudio y sentarme a escribir ahí.
R: Qué chido, en el balcón. Pero mándame tus escritos.
C: ¿Y si los detestas?
R: Te digo que lo detesto.
C: Uuuuuuuuuuuuuuh, eso va a doler. ¿Por qué haces esto?
R: Porque te quiero mucho y a mí me ayudó y no voy a dejar que se desperdicie lo que tienes.
C: Es mucha responsabilidad, ¿no crees?
R: A veces nos acostumbramos tanto a la vida que dejamos que pase como nada.
C: A veces es difícil volver.
R: Por cierto, y cambiando de tema tengo que darte la invitación.
C: Sí, sino no me dejan entrar y quiero ver tus obras acabadas.
R: No es una invitación personal o formal, te la podría enviar por mail, pero prefiero dártela en persona.
C: Igual, sobretodo porque tu mail NO sirve… ¿Y qué día NO te vas a Cuernavaca?
R: Este domingo.
C: ¿Y a dónde vas?
R: A verte. Después de comer, a las cuatro.
C: ¿Donde siempre?
R: Sí, pero no nos quedamos ahí.
C: ¿Qué quieres, café y más café? ¿Llevo mis textos?
R: Claro, sería muy bueno. Y yo llevaré mis poemas pueriles para que te rías un rato.
C: Bueno, la charla está muy interesante pero mañana tengo clase a las 8:00 y ni la he preparado, además me tengo que cuidar después de lo que pasó. Me temo que aunque no tenga sueño, me debo ir a la cama por el bien de mi salud física, mental, espiritual y personal, Además ya tienes sueño.
R: Sueño, pero no me faltan ganas de seguir conversando. Pues gracias por la plática, es bueno acostarse con esta vibra.
C: Yo por mí me quedaba, pero ya ves que hay que pagar las cuentas de algún modo y más vale que sea honesto.
R: Bueno, buenas noches.
C: Bye.

Hace siglos que no platicaba con nadie así, sino hubiera sido por mi clase nos seguimos toda la noche. A mi  hija no le hizo gracia porque no pudo chatear con sus novios. Se fue a dormir refunfuñando.

El martes me fui a recuperar mi color al salón. Me pasé ahí toda la tarde para que me lo pintaran de negro y el sábado me voy a dar un tratamiento de abrillantamiento. Me volví medio vanidosilla. Después me la pasé revisando mis textos y no pienso darle los que escribí sobre él. Me da terror perderlo y es un amigo maravilloso, la verdad.

El miércoles me fui a comprar mi ropa negra y me hace sentir sexy.

El día tan anhelado llegó. Me desperté a las 6.30, no pude dormir más y cuando ya me di cuenta estaba lavando los trastes. Cuando acabé me puse a revisar correo y la verdad no  me acuerdo de nada. Yo sólo quería que fueran las cuatro de la tarde. En eso escuché las risas de mi hija, así que la levanté a lavar sus calcetas porque su papá venía por ella a mediodía y todavía faltaban muchas cosas por hacer. Me subí a echar ropa a la lavadora y luego bajé a la esquina por jugo dominguero de naranja, guayaba y miel; pasé por un par de bolillos y volví para hacer el desayuno. Desayunamos molletes con queso y salsa de pico de gallo. Platicamos, recogimos los trastes, los volvimos a lavar, Rebeca lavó sus calcetas y el tiempo sólo se nos quedaba viendo, no pasaba, estaba feliz, sentado, viéndonos trabajar incesantemente. Regué las plantas, las cuatro de la sala y las dos de mi recámara; aspiré la sala, los gatos sueltan mucho pelo; Rebeca se metió a bañar, se tardó horas lavando su precioso cabello y cantando en la regadera y salió, se vistió, dudaba, como buena adolescente qué ponerse, se maquilló, con sumo cuidado, se peinó… unas tres veces ¡y el tiempo no pasaba! Opté por revisar mi correo a ver si había algo que ocupara mi tiempo y en eso tocó el timbre el padre de mi hija. Ok, ya era mediodía, y como el hombre es medio impuntual era un poco más tarde. Según yo, a partir de ese momento el tiempo se aceleraría, pero no. Seguía divertido viendo cómo me afanaba. Me fui al súper con una lista larga para la semana, siempre me tardo un par de horas mínimo. Recorrí toda la casa previamente para asegurarme que no me faltara nada y todavía subí a tender la ropa. Me fui caminando al súper –media hora—con toda la paciencia y lentitud de una pequeña que aprende a caminar o una anciana con andador. El día era hermoso, ni parecía Noviembre, el sol resplandecía sonriente como acariciándome con tacto y cariño, parecía que alguien había escuchado mi “ruego sacrílego” y me lo estaba concediendo, como en Tieta de Agreste. Mi sonrisa estilo Caperucita-Roja-va-a-ver-a-la-abuelita confundió a uno que otro sujeto que creían que yo les coqueteaba abierta y descaradamente, entonces opté por pegar la vista a los zapatitos hasta que llegué al súper. También en el suelo hay cosas interesantes, además de los chicles, están los pastos que crecen en medio de las banquetas, en contra de todo y a pesar de todo. ¡Iba tan feliz que parecía que iba a ver a mi novio! Sólo pensarlo me dio risa y me reí en voz alta con las consecuentes miradas de esta-loca-qué-le-pasa. ¡Bah!
            Bueno, en el súper tomé un carrito y me fui pasillo por pasillo seleccionando cuidadosamente cada cosa en mi larga lista, como toda una ama de casa, comparaba precio, calidad, lo que fuera por hacer tiempo. Cedía mi lugar en la fila de la salchichonería o en la del pan. Me formé en la fila más larga para pagar mientras ojeaba una revista a la que no le entendía nada porque siempre leía la misma línea: “los tonos de esta temporada son morados, lilas y un toque de vino tinto…” pero no entendía nada, no me importaba. Salí con ocho bolsas yo no sé de qué y las cargué hasta la esquina de viaducto donde tomé un taxi. Aunque quería hacer tiempo, cargar todas esas bolsas yo sola me corta los dedos y eso no es muy agradable.
            Bueno, dos horas mínimo, ¿no? Más lo que me había tardado…serían las 14.30 al menos. ¡No! Eran las 13.45. Casi se me salen los ojos cuando vi la hora en mi celular. Bueno, había que guardar todo en sus respectivas gavetas, refrigerador, baño, recámara… ¿para qué compré otra pinza de depilar? Latas a las gavetas, frutas y verduras al cajón del refrigerador, lácteos en medio, pan hasta arriba y afuera, sopas en su latas en las gavetas, con los frijoles, el arroz y los chiles secos, comida de los gatos a su bote; papel de baño, toallas, dentífrico y jabón neutro en el baño, la arena la dejé al último para cambiarla y tirarla de una vez y luego ya bañarme con el shampoo nuevo.
            Me preparé mi comida y me la serví con una ceremonia que cualquiera hubiera jurado que era japonesa. Me la comí con calma, como hace siglos no lo hacía y mientras veía algo en la tele que igual no era importante. Apenas eran las 14.30. ¡Nunca había sentido al tiempo tan minuto a minuto! Y no era gozarlo, era sufrirlo. Lavé mis trastes y me seguí con la cocina, bajé la basura y volví a subir a tender más ropa. Entonces sí, ya eran las 15.00. Planché mi ropa, me perfumé en todos los sitios estratégicos según las revistas, me lavé la cara, me puse los contactos, me puse mis cremas, me maquillé, me peiné y con esto del trabajo en las madrugadas he adquirido experiencia y velocidad y en quince minutos estaba lista. ¿Qué hacía ahora? ¡Faltaban cuarenta minutos! Busqué una mochila para llevar mis textos y me llevé mi libro por si llegaba antes que Rubén y en eso dieron las 15.43 y me fui caminando. El día seguía hermoso, la cita no era lejos, llevaba muy buen tiempo, pero iba casi corriendo, como si me fuera a dejar el avión.
            Llegué a la fuente-piscina del WTC y ninguna de las múltiples personas que había ahí se parecía ni remotamente a Rubén. Saqué mi libro y me puse a leer. De vez en vez volteaba a ver si ya había llegado y nada. Me entró el terror de que no llegara. Me concentré más en la lectura y ya me estaba riendo de las bobadas de Osnar cuando vi sus tennis grises sentándose junto a mí.


viernes, 21 de junio de 2013

2. DOS CINES Y UN CAFÉ

La rutina cambió una vez que terminé el curso del instituto. Me dieron mis grupos. No es lo mismo darle clases a adolescentes que a adultos. Se supone que los adultos quieren las clases de inglés porque necesitan el idioma. Se supone que una da clases a adolescentes para que cuando sean adultos ya tengan ciertos hábitos de disciplina. Pero con sorpresa descubrí que no era así. Los adultos eran impuntuales y sus pretextos eran muy buenos: venían de una junta, habían tenido un desayuno con un cliente, el tránsito estaba pesado, etc. ¿Qué decía yo contra eso? Yo solo venía de mi casa y el metro no ofrecía problemas de tránsito. En fin, me tuve que acostumbrar porque salía a la hora que por lo general empezaba mis clases en escuela y el resto del día leía, escribía, iba al mercado, cocinaba y llevaba una vida tranquila. Eran tan pocos alumnos que no me llevaba más de veinte minutos revisar tareas y hasta exámenes. Me la pasaba mucho tiempo en Internet. Recibía correos de mis amigas, de mi mamá, y cada vez más seguido de Rubén. Era agradable.
              Una tarde me habló porque se estrenaba el fin de semana la película de 300. Me preguntó si quería ir. 
El fin de semana en cuestión estaba demasiado emocionada. Demasiado. No era normal. No sabía qué rayos estaba pasando. Era demasiado extraño. No sabía bien qué ponerme, no quería lucir demasiado cómoda ni quería arreglarme demasiado. Esto era lo más difícil. ¿Cómo arreglarme para salir con un amigo que era más que obvio que ya no quería ser solo un amigo? ¿Hasta dónde estaba yo alucinando? ¿Hasta dónde debía soñar? ¿Qué tan valido era mi instinto? Llegué temprano al WTC, está a diez minutos de mi casa. Me senté a leer en la fuente espejo y no tardó en llegar... solo. ¿Y qué pasó con los demás? --Le pregunté-- ¿No pudieron venir?
--No, --me dijo sonriendo de un modo sospechoso. -- Me avisaron que no podían, pero yo no quería cancelar, ¿te molesta?
--No, claro que no.
Cerré mi libro, fuimos a la taquilla y compramos los boletos. En persona, los silencios se fueron haciendo incómodos. De repente él decía algo, de repente yo, de repente algo los dos al mismo tiempo. --¿Quieres palomitas o alguna otra cosa?
--Palomitas, el cine sin palomitas no sabe igual. --Contesté algo nerviosa. Algo raro estaba pasando. Rubén estaba actuando raro. Parecía estar coqueteando con sus sonrisas y sus miradas calladas y furtivas, porque aunque él fingiera que no, yo me daba muy bien cuenta.
     Me quedé sentada esperando en una mesa de café mientras él se formaba a comprar las palomitas. Me di vuelo mirándolo. Siempre me había gustado. Era delgado, más alto que yo, tenía un par de enormes ojos cafés enmarcados por unas cejas perfectas que no he vuelto a ver en nadie, un cabello muy negro y recortado y una extraña barbita. Me vio que lo veía y le sonreí y lo salude desde lejos. Al poco tiempo regresó con palomitas. Ya no faltaba mucho para la película. Nos formamos y pasamos.
No le puse mucha atención a la película porque estaba intrigada por la extraña situación. ¿En verdad habrían cancelado Víctor y Valeria o todo había sido un plan de Rubén? Lo veía de reojo y me vio abiertamente, me sonrió y volvió la mirada a la pantalla. ¿Por qué me volteaba a ver? ¿Por qué yo lo volteaba a ver? Lo conocía desde hace tres años, me había platicado sobre su romance fallido con Mayte y sus intenciones con Valeria. Sabía que quería dedicar el resto de su vida al arte. Conocía a su familia. ¿Qué nos estaba pasando? Él volteaba muy seguido. Y yo sabía porque yo también lo hacía. Las escenas de sexo eran muy intensas y me subieron la temperatura. Más que incómoda estaba extrañada. No podía ser que pasara lo que yo creí que pasaba.
         Saliendo de la película nos fuimos a tomar un café.
--Americano, por favor-- pidió él.
--Cappuccino.--dije yo.
Y de ahí en adelante eso fue lo que siempre pidió.

           Pasó el tiempo y no se volvió a mencionar el asunto. Se seguía conectando, me seguía saludando, seguíamos chateando ocasionalmente. Yo seguía mi vida y esperando mensajes de Alex. No llegaban. El ejecutivo de cuenta que llevaba mis grupos se aparecía seguido por mis clases y era agradable. Mi hija se adaptaba a la secundaria y a su nueva escuela. Decidí marcar el cambio en mi vida. Me fui a pintar mi virgen cabello negro. Y fui drástica. Me hice luces y fueron rubias y cafés. Se tardaron seis horas en teñirme y ponerme papel de aluminio en la cabeza. Aproveché muy bien mi tiempo leyendo y avanzando como nunca en mi libro. Me gustó el resultado. Me veía diferente. Eso quería, no era la misma, ¿por qué seguir con el mismo aspecto? Esa noche Rubén habló de nuevo para invitarnos a mi hija y a mí a ver la más reciente de las películas de Harry Potter con su hermano. Otra vez fuimos al WTC. Esta vez Miguel, su hermano, y mi hija fueron los encargados de ir por las palomitas y refrescos. Rubén y yo los esperamos en la mesa de café. --Ahora eres rubia-- me dijo.--Te ves bien.-- Y sonrió aprobando. Me sentí levemente juzgada y un poco falsa. Ok, no era la misma, pero tampoco era rubia. Me había vuelto muy sensible a sus comentarios. No estaba tan segura de querer eso. Miguel y mi hija regresaron y ya nos fuimos todos juntos a ver la película. Fuimos a ver Harry Potter y la Orden del Fénix y todos salimos odiando a Dolores Umbridge. Tal vez debido a que íbamos acompañados no me sentí tan nerviosa como la vez pasada.

            Después me habló un día de septiembre. Estaba enojado porque no le había hablado el 7 de septiembre. --Bueno, tú eres el que habla, yo no te hablo.
--Es que ni siquiera me enviaste un mensaje.
--¿Por qué? ¿De qué?
--¿En serio no te acuerdas?
--No. ¿De qué?
--¡Fue mi cumpleaños!
Me quedé muda. La verdad no me acordaba. Sí, salíamos siempre al principio del ciclo escolar, pero no sabía bien por qué. Él siempre organizaba las salidas. Siempre. Me disculpé. Nos invitó a salir a mi hija y a mí.

               Esta vez la invitación era a un café. Esta vez estaba convencida de que aquí pasaba algo y que no era mi imaginación desbordada solamente. Cuide mucho mi aspecto, no quería verme demasiado arreglada ni demasiado cómoda. Me decidí por un sweater negro de cuello de tortuga, cabello recogido y sombras moradas. Mi hija me dijo que me veía muy guapa. Nos vimos en el metrobús y nos fuimos todos juntos. Me dejó escoger el café. Por alguna extraña razón elegí el Sanborn's de la Zona Rosa. Uno bastante oscuro y algo tenebroso. Allá fuimos a dar los tres. Nos dieron gabinete y mientras llegaban los cafés y la malteada, mi querida hija, intrigada por esta extraña reunión hacía preguntas sin ton ni son. Rubén no dejaba de mirarme y yo no dejaba de preguntarme qué rayos hacía ahí y si estaba bien y si venía al caso y por qué rayos alucinaba tanto. En eso mi hija preguntó, --¿Mamá, Rubén es un niño o un hombre?
--Sí, Claudia, ¿qué soy?-- quiso saber Rubén.
--Un amigo. --Contesté salvando la situación. Nadie quedó satisfecho con la respuesta.
Rubén siguió embistiendo y yo evadiendo. Sus intenciones fueron demasiado claras, pero yo simplemente me negaba a la posibilidad. Las preguntas que me hizo, en la cara de mi hija, fueron tan sugerentes y yo tan insegura, tan incrédula, tan escéptica. Esa tarde me dejó temblando de posibilidades.

jueves, 20 de junio de 2013

1. LA VIDA TRANSITORIA

Todos los días me levantaba temprano para ir a dar clases al Panamericano. Ese año había comenzado con 90 kilos menos. Cuando los muchacho me dijeron que no estaba tan gorda, Brenda, desesperada les explicó, --¡Que se divorció, idiotas! Y nos reímos. Prefería reírme del asunto. Había llorado mucho el fin de ciclo anterior y todas las vacaciones que implicaron un adaptarse a muchas cosas. Llegué lista con todo, tenía mejor humor, había retomado mi tesis para ya titularme, iba solo una vez por semana a terapia, ya podía hablar. Mi hija había entrado a la secundaria en una escuela en la misma colonia, la rutina con su padre era más estable y yo aprendía a hacer cosas que antes no sabía que podía. Como mi hija pasaba muchas tardes con su padre, yo me la pasaba sola en casa. Pasaba mucho tiempo en Internet, buscando... buscando muchas cosas, pero principalmente compañía. Había sido la cena de los veinte años de mi escuela. Había sido una experiencia sobrecogedora. Todos los compañeros con los que había crecido, eran ahora más sensatos. Todos habíamos experimentado ya situaciones difíciles en la vida, divorcios, muertes de padres, de hijos algunos, de familiares. Todo eso nos había acercado y nos reconocíamos como una familia. Había recuperado amigas, casi hermanas que me conocían mis locuras desde niña. Eso me daba mucha seguridad y solidaridad. También me había emocionado con un compañero que se había mostrado amable conmigo. Sobretodo buscaba correos de su parte.
         Ahora salía con mis amigas. Íbamos a cenar, a desayunar, a tomar café. En una de esas, Ana María me había preguntado, --¿Pero cómo vas a encontrar pareja si siempre estás con tu hija o con tu mamá? Buena pregunta. En la escuela solo había alumnos, los maestros eran invariablemente casados y algunos eran malos maridos, para colmo, otros eran más jóvenes, no era buen terreno. Tampoco que estuviera desesperada buscando, pero tampoco quería estar siempre sola metida en mi casa limpiando.
         Mis días en el Pana eran así: me levantaba, me bañaba, me iba a la escuela, daba mis clases, regresaba, comía con mi hija o la esperaba si se iba con su papá, en la tarde íbamos a terapia, ella con su doctora y yo con la mía, en días diferentes. Luego hacíamos cada quien su tarea: ella lo que le dejaban y yo preparaba clases y luego me ponía a leer para escribir para mi tesis. Veíamos la tele y nos dormíamos. Los fines de semana la pasábamos con mi madre. Nos invitaba a comer, nos invitaba a su casa, nos invitaba a ver películas. Nos absorbía mucho. Volví a ir a reuniones familiares, a Toluca, a cumpleaños, fiestas, sábados de verano. La vida retomaba su cauce.
         Un día me llamaron del TAE para ofrecerme 24 horas a la semana. Yo había sido la Coordinadora de Inglés en la prepa del Pana dos años y justo ese año mi Coordinación se volvía solo de nombre porque me habían el sueldo de coordinadora y me dieron solo 9 horas de clases. Ahora que contaba solo con mi salario, esta situación ya no me convenía, así que no lo pensé dos veces y fui a la entrevista. Después de varias quedamos que empezaba el 1º de marzo. Esa decisión afectó mi vida de muchos modos.
         El 14 de febrero fue viernes y los muchachos de 6to organizaron una kermesse para recolectar dinero para su graduación. Vendieron globos, flores, mensajes de amor y amistad, y luego, después de las tres o cuatro primeras horas comenzó la fiesta. Los muchachos pusieron mesas, pusieron la comida y empezó la venta. Había otros puestos de juegos y el más popular en estas fechas, el registro. Me dio mucha risa cuando Marco y Christopher me pidieron que me casara con ellos... ¡al mismo tiempo! Encantada acepté. Mis alumnos de 6to siempre bromeaban conmigo diciendo que yo era su novia y que un día se iban a casar conmigo. Solo uno parecía enfadado con la situación y me decía muy serio sin verme a los ojos, --Son unos irrespetuosos. Yo nunca le faltaría al respeto como ellos.--Dijo, todo rojo y apretando los puños. No supe qué pensar, todo era broma. Hasta me sentí mal. Me sentí una mujer fácil.  
El resto del mes pasó sin grandes complicaciones. El último día de febrero me despedí de ellos y lloré. En el tiempo que duré en esa escuela los había conocido desde que empezaron la prepa y no iba a estar para su graduación y habíamos forjado una buena amistad. Incluso había un grupo pequeño con quienes había salido a festejar el cumpleaños de mi hija, el de cada uno de ellos e incluso el mío en esos tres años. Sí, los iba a extrañar.
          Duré tres meses en el TAE, no me extrañó. Aunque los coordinadores me querían mucho, la dueña me aceptó mientras terminaba el año, me lo dijo claramente, --No me gustas, eres divorciada y protestante, pero los coordinadores insisten.-- Así que cuando en la oficina del contador me dieron mi finiquito con el pretexto absurdo que la planilla de alumnado se había reducido y por eso reducían al profesorado, tomé mi cheque y salí de ahí.
          Me dediqué a escribir mi tesis un rato. Fui a la biblioteca del parque, saqué mi credencial y me dediqué a sacar libros. Fue en esa pequeña biblioteca donde encontré la piedra angular de mi tesis, Babel de George Steiner. Libro que refrendaba tan seguido que estuve con él casi un año. También me dediqué a re-decorar. Pintamos la recámara de la hija. Fuimos a comprar latas de pintura rosas y moradas para evitar que la pintara de negro. Gracias a mi abuelo yo sabía elegir pintura, mezclarla, elegir brochas, masking tape, rodillos y pintar paredes. Le enseñé a mi hija y nos divertimos mucho pintando y adecuando la recámara que había sido de una niña, para hacerla de una adolescente.
Pero bueno, el dinero salía pero no entraba nada. Pronto me empezó a preocupar no tener trabajo para el próximo ciclo escolar. Buscaba en Internet, en el periódico, anotaba anuncios que veía en la calle y actualicé mi CV. Lo enviaba por Internet y cada vez que sonaba el teléfono corría con la esperanza de algo nuevo. En una ocasión que sonó el teléfono me contestó una voz que me sonaba familiar pero no ubicaba de quién era.
--¿Bueno?
--Hola.
--¿Quién habla?
--¿Ya no te acuerdas de mí? Qué mala onda.
La voz me sonaba, yo conocía esa voz muy bien, pero sonaba diferente de algún modo. Había algo raro. De repente pensando en voz alta y como descubriendo algo me escuché decir, --¿Ru-bén?
--Sí. ¿Cómo ya no te acuerdas de mí?
No, no me acordaba de su voz. Había recibido algunos mails de él. Habíamos chateado ocasionalmente cuando me conectaba y de repente se aparecía. Siempre decía cosas divertidas. Me hacía reír. Una vez, en una oficina que Gloria había rentado para poner su negocio, me conecté y como siempre tenía abierto el messenger, se apareció y empezamos a platicar. Me acuerdo que Gloria se molestó y desde entonces solo me conectaba desde mi casa en las noches. Lo que reconocía eran sus palabras, su estilo y su voz, pero su jovialidad era lo raro, por lo general era más serio. Era. Al parecer ya no. No nos quedamos mucho tiempo porque yo tenía que salir, pero me dejó de muy buen humor.
          Finalmente conseguí trabajo en un instituto de idiomas. Tenía que tomar un curso para aprender su método. Al cabo de tres semanas ya me daban grupo. La única ventaja era que podía elegir mi horario y había elegido el matutino y ya. Iba a adelgazar y a aprovechar mi tiempo al máximo para leer, escribir y por fin terminar mi tesis. Mi vida estaba encaminada.

miércoles, 12 de junio de 2013

HAY MUCHOS DOMINGOS EN EL CALENDARIO

Me levanté temprano como ya era costumbre. Si todos los días me levantaba a las 5.00 para clase de 6.00 en Schneider, levantarme a las 7.00 en domingo ya era tarde y delicioso. Puse agua para té, puse mi despertador en cinco minutos y me volví a meter a la cama a disfrutar el frío de noviembre. Mi hija seguía dormida en su cama. Sonó la alarma y fui a ponerle la bolsa de frutos rojos a mi taza color paja, herencia de mi abuelo y sus múltiples restaurantes. La puse sobre su platito y me la llevé a mi recámara. La coloqué en el librero y puse mi alarma para dentro de 15 minutos. Me volví a meter a la cama a soñar despierta con lo que me esperaba ese día. No tengo la menor idea de mi emoción de entonces, ¿de dónde me venía la adrenalina? Era tan ilógico, y sin embargo estaba encantada. Me arremoliné entre mis sábanas de franela amarillas y sonreí porque sí. Últimamente sonreía porque sí todo el tiempo. Desde que sus llamadas eran casi diario, y lo más raro era que cada vez me daban más gusto. De totalmente inesperadas, se volvieron tan frecuentes que de ser esperadas se volvieron indispensables y parte de la rutina diaria, no podía dormir sin ellas, casi como lavarme los dientes. Sonó la alarma una segunda vez. Esta vez quería decir que el té estaba lo suficientemente tibio como para ya tomarlo. No le pongo azúcar, me gusta olerlo antes de beberlo y sentir su calor con mis dos manos mientras cierro los ojos. Tomé un sorbo y lo saborée pensando en mi locura temporal, sonreí maliciosamente y abrí los ojos. El té ya estaba listo. Me lo tomé de un trago. Me puse mi bata y revisé mi correo en la computadora. Guardaba todas las conversaciones y sí, habíamos quedado ese domingo a las 16.00. Miré hacia el techo, suspiré y pensé que me daba mucha flojera ir por el desayuno, pero me vestí, me puse un par de jeans, el sweater gris de chinitos y unos tennis viejos para salir por jugo, pan y frijoles para hacer molletes. El frío era incitante en la calle.
             Regresé con todas las cosas y la hija seguía dormida. Limpié la mesa y me fui a la cocina a poner más té,  a servir el jugo en los vasitos curvos y a freír los frijoles. Mi padre me enseñó que aunque los frijoles sean de lata se deben guisar con cebolla finamente picada. Le puse mantequilla a los bolillos partidos por la mitad. Entonces no comía queso porque me habían quitado los lácteos por exceso de calcio en unos análisis, pero de todos modos metía los molletes al horno para calentar los bolillos. Los servía con salsa de pico de gallo hecha en casa con jitomate, cebolla, cilantro, chile desvenado y despepitado, limón y aceite de oliva. Con el olor del pan horneado la hija se despertó y toda greñuda salió de su recámara preguntando, --¿Qué hay de desayunar? Al ver todo en la mesa se sentó y desayunamos en silencio, disfrutándolo. Sonreímos y luego ella me platicó de sus amigos, de sus programas, de su música. Entre las dos lavamos los trastes y luego ella se fue a bañar para estar lista cuando llegara su papá. Yo subí a lavar ropa, mezclando sus blusas con las mías y luego sus jeans con los míos. A mí me sobraba tiempo antes de verlo ese día. Él estaba en Cuernavaca y llegaría a mi casa poco después de las 16.00.
             Barrí, trapée, lavé trastes, sacudí la sala, la aspiré, tendí mi cama, lavé el baño y una vez que mi hija se había ido, me metí a bañar. Me sequé el cabello, me puse crema y perfume y me delinee los ojos con cuidado. Me vestí y puse más agua para té. Me senté en mi sillón junto a la ventana, con mi taza de té y mi libro a esperar. Todavía faltaban un par de horas para las 16.00. Sin embargo, cuando leí más de cinco capítulos, interrumpidos por reflexiones constantes y abstracciones en todos los hechos ocurridos recientemente, comprendí que ya era tarde. Entonces no sabía yo de su hábito de siempre llegar 10 minutos tarde. Me aluciné mil cosas, todo lo contrario a lo que apenas cinco minutos antes había pensado. ¿Qué tal que se le había olvidado? ¿Qué tal que todo era imaginario? ¿Qué tal que yo estaba inventando cosas y que nada era cierto? ¿Qué tal que se había estrellado el camión de regreso de Cuernavaca? ¿Qué tal que su familia había intuido algo y le había evitado salir? Sonó el teléfono. Estaba a mi lado, sobre el baúl de madera de Olinalá. Lo dejé sonar unas tres veces.
            --¡¿Bueno!?
            --Hola. Perdón. Ya es tarde. Todo salió mal, sigo acá y ya voy, pero ya llegaría muy tarde y así no....
            Su voz sonaba tan arrepentida, tan molesta por no cumplir con lo pactado que me conmovió y me convenció. No se le había olvidado, no le había valido, no se había matado en la carretera, simplemente los planes no salieron. De algún modo extraño no me molesté, toda desesperanza se disolvió y solo le dije, --No te preocupes, nos vemos otro domingo, hay muchos domingos en el calendario.



jueves, 9 de mayo de 2013

INTRODUCCIÓN

Me gusta pensar en el final como un par de enormes ojos cafés mirando tristemente desde la estación Sonora del Metrobús a una mujer con el sol resplandeciendo en los cabellos negros caminando hacia el Parque México alejándose definitivamente de él. Pero ese no fue el verdadero final. El verdadero final fue mucho más amargo y vulgar y por eso no lo mencionaré. Esta es mi historia y la cuento como quiero.
        No me importa cómo empezó, o mejor dicho, me da flojera pensar en todo el proceso, ni siquiera lo tengo registrado. Hay quienes dicen que empezó antes de que yo saliera. Para mí empezó mucho tiempo después... Empezó  mucho antes de que me diera cuenta. Tal vez mucho antes de que él se diera cuenta. Pero de repente estábamos atrapados en una especie de adicción a nuestras voces, a nuestras miradas, a nuestros silencios.
            La verdad no sé cómo empezó. De repente estaba inmersa en una adicción a su voz, a sus ojos, a su piel, a su nariz tres veces rota y a sus dientes raros. Pero sobre todo a sus palabras. Palabras que siempre acariciaban, que curaban, que tocaban el corazón con calor y alegría, que no me dejaban dormir por estarlas repitiendo en mi cabeza de noche, ya sea que las hubiera leído en el correo, en el MSN, en un mensaje en el celular o las hubiera escuchado directamente de sus labios, por teléfono o en persona.
            Nos volvimos adictos. No vivíamos sino para nosotros. Cuando estábamos juntos éramos felices, no existía esa competencia por dominar tan común en otras relaciones, no había atracciones que ocultar o pasiones que domesticar, simplemente surgió lo que surgió.

            Ya era un hábito chatear por MSN cuando una noche que veía Dr. House recibí un mensaje desesperado en mi celular, -¿No te vas a conectar?
Me conecté. Después de muchos rodeos escribió, -Qué bueno que te conectaste porque ya no aguantaba más las ganas de... ¿Ya escuchaste los discos de Sabina que te presté?
-¿Las ganas de qué?- pregunté extrañada. No había escuchado “Ganas de…” en Esta Boca es Mía de Joaquín Sabina, sino hubiera captado inmediatamente lo que quería decirme.
-Las ganas de decirte que te quiero. ¿Por qué no los has escuchado?
Cuando leí aquello me quedé congelada. Ya había pensado en la posibilidad de que aquel sentimiento estaba surgiendo entre nosotros, incluso lo había comentado con mi psicóloga, pero ambas lo habíamos descartado como una linda fantasía. Incluso ella me había aconsejado que lo confrontara y le preguntara, pero la simple idea de hacerlo y de que me dejara por pensamientos tan atrevidos me aterró, así que no lo hice. Y él, tan quitado de la pena me lo decía tan así, tan campante, tan tranquilo. Fue la primera vez que no tuve una respuesta inmediata. Me quedé pensando un rato. Finalmente teclée,
-¿En qué plan?
-Ah, pues en uno muy particular, pero mejor cambiemos de tema.
Definitivamente yo NO quería cambiar de tema, quería saber con exactitud qué pasaba entre nosotros. A qué se debía esa repentina necesidad de confesar algo que luego quería soslayar como una mosca volando, como un pensamiento atrevido al que hay que sacudirse antes de que se vuelva una realidad palpable.
-NO.-Contesté rotundamente. Estaba decidida a indagar en lo más profundo de nuestros corazones, él siempre me confrontaba y cuestionaba mis razonamientos, me hacía reflexionar sobre mis sentimientos, me recordaba mis motivaciones. Yo sabía que me había provocado un sentimiento que tenía muy olvidado, muy oculto y atemorizado en lo más recóndito de mí. Quería saber qué tan cierta era mi sospecha, quería matarme la agonía que representaba la duda de comprobar si era una fantasía o una realidad. Una realidad, lo que sea que eso sea.
-No te enojes.- Contestó él, siempre calmándome, relajándome.
-No me enojo.- Me tranquilicé, pero agregué, -Eso no se dice así nada más. Por eso quiero saber en qué plan.
- Lo sé. Pero no tiene caso indagar en el plan en el que sea, tú me dijiste que había que aceptar los cumplidos como vengan.
-No es lo mismo decir te ves bien, que te quiero. ¿No crees?
-Pero te quiero y eso no tiene porque influenciar otros aspectos.- Contestó sabiamente.
-Pues sí los afecta...- Contesté terca como siempre.
-Pues no debería.
-Por favor, sé claro, para que yo pueda ser clara. Y no te enojes.- Contesté suponiendo que se enojaba. A veces leer a la gente no es tan fácil como leer, entre líneas, un libro. Supuse muchas cosas de cómo escribía, creí leer tonos cuando no los había y eso es peligroso en cualquier relación, asumir sentimientos y pensamientos que simplemente no están ahí.
-No me enojo.- Contestó serenamente y demostrándome mi error de interpretación, -Hablemos claro si quieres, pero dime, ¿qué quieres saber?
-¿En qué plan me quieres? Just as easy as that. - ¿Por qué a los hombres les cuesta tanto trabajo expresar sus sentimientos? Les dan tantas vueltas.
-Lo que pasa es que tú esperas que lo clasifique con términos de "como amigos" o "como hermanos", pero no sabría decirte, me inspiras todo tipo de emociones, casi siempre tranquilidad, alegría, pero sobre todo te has vuelto de pronto en alguien con quien puedo pasar horas hablando o viendo…
-Igual, -contesté sorprendida. Estaba describiendo con sus palabras lo que yo sentía por él.
-Pero no creo que sea igual, sufro una especie de enamoramiento estimulante que me motiva, como te decía, esa sensación adictiva, como estar "drogado"…- continuó, describiéndolo todo exactamente como lo habría hecho yo misma. Por eso sólo acerté a repetir-, Pues es igual y me da miedo... para variar. Todo lo que se relacionaba con sentimientos que expongan al corazón me aterraba desde el divorcio.
-Por eso te digo que no tiene caso indagar, yo me la paso muy bien contigo y punto- concluyó del modo tan tranquilo como había comenzado. Pero ya había dicho lo que yo quería escuchar, o bueno, había escrito lo que yo quería leer de él hacia mí. Mis dudas habían desaparecido. Sí había una reciprocidad, no era una fantasía, mi intuición no me había fallado. Así que tranquila una vez más me limité a contestar,
-Ok, como quieras. ¿Qué hiciste hoy?
-Ja, que cortante. ¿En serio te cuento lo que hice hoy?

Y así me di cuenta que la historia ya había empezado.